CHILE FLIES THE FLAG FOR SUSTAINABILITY In a world working hard to reduce the effects of global warming caused by human activity, every little bit helps. It doesn’t matter whether action is taken in economic powerhouses such as China or the USA, or somewhere down at the southern edge of the world like Chile. In this long, skinny country at the bottom of South America, where green hydrogen and renewables are viable medium-term options for powering the country, the wine industry is taking responsibility and playing its part. A few statistics offer a clearer picture of its efforts. Eighty percent of the wine exported by Chile is certified as sustainable. That’s not an inconsiderable number. Especially if you bear in mind that seven out of every ten bottles produced in the country are opened overseas, and Chile is the fourth largest exporter in the world. The fact that four fifths of sales on that scale are sustainable is excellent news, setting a high bar for others to follow. But sustainability is a broad concept; in a drinker’s imagination it might encompass everything from protecting the environment, to being a responsible member of the community, respecting biodiversity or even production and trade practices that guarantee the rights of women and children. But, wine producers in Chile take all this into account and more. In fact, their definition is massively ambitious: “A sustainable wine is one produced in such a way that it ensures that future generations will be able to make it too,” says Elena Carretero, the Head of Sustainability at Viña Santa Rita. Her phrase will be echoed by almost everyone you talk to. This sense of common purpose has been developing for several years in the vineyards. It’s a perfect example of cultural change inspired by shifting attitudes. “In 2008, some of the large wineries,” says Patricio Parra, who is in charge of the Sustainability Code at Wines of Chile, “started to consider the need to work on sustainable terms, partly because some of the buyers, such as Norway and Canada monopoly’s, were asking for information in that area and partly because wine talks about its place of origin like few other products.” In a country focused on exports, the fact that the markets were starting to make such requirements became a pressing issue. But the process is more interesting than just a response to market demands. It’s really more about cultural change. Bárbara Wolff, who oversaw this transformation at the VSPT(Viña San Pedro Tarapacá) group, the second largest wine company in Chile, offers another perspective: “We were the ones who started to think about the wine landscape, the terroir, as a significant factor in shaping the wine, and so we realized that the landscape had value as well.” This set in motion a series of processes that eventually ran like clockwork. In 2010, the first Sustainability Code was written – inspired in part by the California Wine Growing Alliance and measures taken in New Zealand. The following year, 2011, the code started to be applied, the first of its kind in the region. Just a decade later, 82 wineries have certified their practices, while the original code has been revised four times. It covers the vineyard, agricultural practices, the winery and winemaking and social and community responsibility. The latest addition, in 2020, applied to the tourism sector. It’s voluntary and any winery in Chile can be certified, but only those that meet at least 95% of its core requirements can be officially declared sustainable. WINE: THE EXCEPTION TO THE RULE With a history and economy that has mostly been focused on the mining industry, Chile has a strong extractivist background. This is also true of its forestry and fishing industries. Even the wine business has historically been oriented toward exporting to foreign markets. But, in contrast with these other activities, wine decided to make the change to sustainability early. “In our case,” says Andrea León at Lapostolle, “we were already implementing organic and biodynamic practices in 2001. At one point in the late 2000s, we decided to stop obtaining certification until the present code was completed.” Their neighbors Viña Emiliana were also pioneers in biodynamic practices in Colchagua, consistently implementing them since 1998. This marked the beginning of a change in paradigm in the approach to viticulture, the start of a long-term investment. One in which protecting the environment is part of a sustainable culture that speaks to some of the biggest challenges we’re facing today, far beyond the wine sector. Diego Rivera at Viña Garcés Silva, puts it plainly: “We’ve taken sustainable certification very personally, it’s much more than a check list, we do it out of respect for nature and because it has helped us to look closer at what we do and how we work in far greater detail.” Certifications notwithstanding, at Chilean wineries today there is a deep-rooted, working awareness that encompasses several different areas: water management, restoration of biodiversity and native forests, energy saving and reduction of carbon emissions, to name just a few. --Joaquín Hidalgo, Chile Flies the Flag for Sustainability, June 2022 ------------------------------------------------------------------------------------------------------ CHILE ALZA LA BANDERA SUSTENTABLE Toda acción es valiosa en un mundo que busca mitigar los efectos del calentamiento global causado por la actividad humana. Sea que sucede en el corazón de la economía mundial, como China o Estados Unidos, o bien en un rincón austral del mundo, como ocurre en Chile. En este largo país del confín de Sudamérica, donde tanto el hidrógeno verde como las energías renovables parecen una opción posible en el mediano plazo, la industria del vino tiene una clara conciencia del papel que le toca. Algunos números dan cuenta de este esfuerzo. El ochenta por ciento del vino exportado desde Chile está certificado como sustentable. No es un número para pasar por alto. Más si se tiene en cuenta que siete de cada diez botellas que se producen en este país son descorchadas en algún rincón del mundo y que Chile, por sí solo, es hoy el cuarto exportador de vinos a nivel global. En esa escala, que ⅘ partes de esas ventas sean sustentables es una gran noticia y un hito que marca una tendencia. Sin embargo, sustentable es un concepto muy amplio. En el imaginario de un bebedor de vinos puede cuadrar en prácticas tan diferentes como el cuidado del medio ambiente, la responsabilidad por la comunidad, el trabajo en detalle sobre el conocimiento y el respeto por la biodiversidad, hasta una producción y comercio responsable en equidad de género e infancia. Y eso lo tienen bien claro los productores de vino en Chile. Tanto, que comparten incluso una definición casi monolítica. “Sustentable es aquel vino que se produce hoy de tal forma que garantice que las generaciones futuras podrán seguir haciéndolo”, sentencia Elena Carretero, responsable de sustentabilidad en Viña Santa Rita. Sus palabras serán calcadas por casi todas las personas con las que se hable. Detrás de esa mirada homogénea hay un hilo conductor que lleva operando varios años entre las viñas. Es un perfecto ejemplo de un cambio cultural a tono con el tiempo en que se vive. “En 2008 algunas viñas grandes –describe Patricio Parra, responsable del Código de Sustentabilidad en Wines of Chile– empezaron a plantearse la necesidad de trabajar en términos de sustentabilidad, un poco porque algunos monopolios, como los nórdicos o canadienses, comenzaban a requerir información al respecto, y otro poco porque el vino habla como ningún otro producto de su lugar de origen”, dice. En un país con foco en la exportación, que los mercados empezaran a plantear esas necesidades no era una conversación que se pudiera desoír. Pero el caso es más interesante que una exigencia de la demanda. Y ahí es donde la transformación cultural está a tono con los tiempos que corren. Bárbara Wolff, responsable de esta transformación en el grupo VSPT, el segundo productor de vinos de Chile, lo cuenta desde el otro lado: “Estábamos quiénes empezábamos a pensar en que había un paisaje del vino, un terroir, que debía ser valorado y que impactaba en el vino, y también los que pensábamos que en ese paisaje había un valor”. En esa confluencia es donde se dio un exquisito mecanismo de relojería. Dos años más tarde, en 2010, se redactaba el primer Código de Sustentabilidad –inspirado en parte en California Wine Growing Alliance y en acciones tomadas en Nueva Zelanda– y uno más tarde, en 2011, entraba en vigencia, siendo el primero en la región. Apenas una década más tarde son 82 viñas las que trabajan certificando sus prácticas, y el código original va por su cuarta revisión. Cubre áreas de viñedo y agrícola, elaboración y bodega, y societaria y de comunidad. La última incorporación, en 2020, es el área de turismo. Dato relevante: es voluntario y cualquier bodega en Chile puede certificarlo; solo aquellas que cumplan con un 95% de los requisitos clave pueden certificarse como sustentables. EL VINO, LA EXCEPCIÓN A LA REGLA Con una historia y una economía minera por excelencia, Chile es un país con una fuerte matriz extractivista. También lo fue en materia forestal y en pesca. Incluso el vino fue establecido como una economía de explotación hacia los mercados internacionales. Pero a diferencia del resto de las actividades, el vino dio un temprano giro sustentable. “En nuestro caso –explica Andrea León desde Lapostolle– en 2001 ya estábamos inmersos en un manejo orgánico y biodinámico aunque recién certificamos en 2013. Luego dejamos esa certificación y nos quedamos con el código de sustentabilidad de WOC.” Como el ellos, la vecina Viña Emiliana se cuenta entre las pioneras en trabajar con biodinamia en Colchagua y de forma ininterrumpida desde el año 1998. Ahí hay un inicio del cambio de paradigma hacia una viticultura que se piensa diferente, con una apuesta de valor en el largo plazo. Una en la que el cuidado del medio ambiente es el embrión de una cultura sustentable que cala hondo con las problemáticas actuales y hoy llega a otros ámbitos. Diego Rivera, desde Viña Garcés Silva, lo expresa con claridad: “Hemos tomado la certificación sustentable de forma muy personal, más allá de un check list, lo hacemos por respeto a la naturaleza y porque nos ha ayudado a mirar más en detalle y ser minuciosos en lo que hacemos”. Certificaciones aparte, en las viñas chilenas, actualmente,hay una conciencia arraigada de trabajo en diversas líneas sustentables: en el manejo del agua, la recuperación de biodiversidad y del bosque nativo; ahorro de energía y disminución de las emisiones de carbono, por mencionar algunas. -- Joaquín Hidalgo, Chile Alza la Bandera Sustentable, junio 2022 ------------------------------------------------------------------------------------------------------ To read Joaquín’s full report and learn more about the water challenge, energy and CO2 emissions, biodiversity, and the wine community, check out the full article, in both English and Spanish, on Vinous now .